viernes, 25 de enero de 2013

“TRAS LA CONFIANZA CIUDADANA”



“TRAS LA CONFIANZA CIUDADANA”

La confianza es la esperanza firme que se tiene de alguien. No hay cosa más difícil que otorgar de nuevo la confianza a quien antes la ha defraudado. Se trata de un vínculo muy frágil que difícilmente vuelve a ser el mismo…más aún en una sociedad como la nuestra que se distingue por la desconfianza generalizada como punto de arranque.  Así desconfiamos de nuestros vecinos,  de los despachadores de una gasolinería, de personas con actitud sospechosa…de gente que parece ser buena. De unos más que otros…en fin, que desconfiamos de todo y de todos… pero mucho más de los políticos. ¡Piensa mal y acertarás! parece ser la máxima en esta materia. No hay incentivos –ni personales ni institucionales para confiar o dar crédito al otro-…la desconfianza como realidad inexorable y crónica que caracteriza nuestro vilipendiado sistema político.

Cualquier relación humana requiere un mínimo de confianza en el otro, sin embargo la relación política -que sin duda debiera ser la más nítida- implica con mucho mayor detalle esa esperanza en que el otro cumpla con lo prometido y sea congruente con los principios e ideales que dice representar.

Ahora que se ha intensificado el análisis y diagnóstico de los partidos en este tema, y se escucha machaconamente por todos lados que debe recobrarse la confianza ciudadana a como dé lugar como punto de partida de una estrategia electoral exitosa, valdría la pena hacerse algunas preguntas al respecto. ¿Qué significa recobrar  la confianza ciudadana? ¿Es un objetivo real y alcanzable por parte de los partidos políticos o es solamente un lugar común, parte del discurso o del argot de lo políticamente correcto? Creo que para alcanzar su confianza, no sé si para recobrarla, pues no tengo tan claro que alguna vez los ciudadanos la hayan tenido respecto de la clase política. Se requieren acciones radicales…de cambio verdadero…de consistencia. No valen los discursos ni las arengas. La confianza y más aún la ciudadana no se predica…solamente se practica.

Lamentablemente en México y en especial en Michoacán, la desconfianza y la decepción no solo sobre los políticos sino respecto de la ineficacia de nuestras instituciones es un mal sistemático y crónico que va en aumento. Los gobernantes y las instituciones han perdido su credibilidad…y eso no se soluciona con discursos o buenas intenciones, sino con hechos constantes y sonantes que demuestren de manera clara y contundente la decisión real de cambiar.  Es urgente dotar de contenido y significación las instituciones y ello implica que quienes las conforman, o al menos, quienes tenemos la oportunidad de incidir, lo hagamos y ya.

Creo que los partidos parten de un planteamiento incorrecto. Un partido (institucionalmente hablando) no puede por sí mismo recobrar la confianza de los ciudadanos…se requiere de la decisión y respuesta congruente de sus integrantes…y lo que es más importante… ¡que los ciudadanos queramos!, ¿qué están haciendo los políticos y sus partidos para que eso suceda? Lo demás es pose o al menos pura palabrería.

 
 

 

jueves, 17 de enero de 2013

"EL GRAN AUSENTE"



“EL GRAN AUSENTE”

     A raíz del conflicto suscitado la semana pasada por la decisión de tres diputados perredistas que anunciaron su renuncia al grupo parlamentario del PRD en el Congreso de Michoacán por desavenencias en la manera en que internamente ese partido político decidió el nombramiento de su nueva coordinadora parlamentaria, así como al diputado que habría de tomar la Presidencia de la Mesa Directiva del Congreso, y que incluso motivó la visita del presidente nacional de ese partido, el debate no se ha hecho esperar.

Lamentablemente, se ha centrado solo sobre detalles técnicos que pretenden dilucidar si los diputados disidentes tienen derecho de formar un nuevo grupo parlamentario o no, si perderán sus posiciones en las comisiones de que forman parte, o si el PRD perderá los espacios físicos (oficinas), los elementos materiales y humanos (asesores, personal, etc.) o las tan peleadas partidas económicas que la organización y legislación interna del Congreso prevén para el funcionamiento de los grupos parlamentarios y de las diversas comisiones de trabajo.

Es claro que una de las consecuencias más nocivas de este  fenómeno conocido técnicamente como transfuguismo, es el desequilibrio y modificación de la composición política de las Asambleas parlamentarias. La conducta de los tránsfugas rompe sin lugar a dudas con la conformación y composición que jurídicamente, y mediante un proceso democrático –como lo es la elección-, habían configurado los ciudadanos en su legítima actuación como cuerpo electoral. Lo que pugna de manera directa con la naturaleza misma de la  Representación  política como elemento de conformación del sistema institucional-democrático. En el caso de nuestro Congreso Local, la renuncia de los tres diputados disidentes del PRD, sería un golpe muy duro para ese partido, que lo haría caer como segunda fuerza representada (11 diputados), ubicándola en una tercera posición, incluso debajo del  PAN, que cuenta actualmente con 9 diputados.

El acto de los diputados que abandonan un partido político, independientemente de las razones que lo hayan motivado, viene a romper de raíz la relación representativa, pues es inconcebible pensar que el cambio ideológico del tránsfuga no rompa también ese vínculo que se presume –al menos- de que la voluntad del representado es la misma que la del representante. Es lógico que la voluntad de los representados dejará de ser la misma que la del representante, pues el simple hecho del cambio de adscripción política es contrario a la voluntad -que en los sistemas democráticos se forma por regla mayoritaria-  fijada en su momento por los representados a través de una elección.

Más allá de las explicaciones teóricas y legales que pudiéramos dar sobre este fenómeno -y vaya que hay  muchísimas-, creo –con tristeza-, pues ninguno de los involucrados ha reparado en ello, que nuevamente el gran ausente es el ciudadano, ¡sí!… aquel a quien los diputados dicen representar y quien, en principio, debiera ser la base y justificación misma de la institución parlamentaria. Nadie habla, ni hablará de él. Los diputados –independientemente de la solución de esta crisis interna- seguirán en sus puestos conservando su derecho a influir y participar en las funciones de gobierno del Congreso, sí… quizás con reajustes numéricos y políticos…y sí, sin el menor rubor por el daño y desprestigio que causan a la institución parlamentaria y a la figura de la representación que es lo que paradójicamente, lo mantiene ahí.


No es posible permanecer expectantes frente a este fenómeno, tratando de minimizar y tolerar sus nocivos efectos. Se requiere construir un sistema que privilegie y formalice cierto compromiso y responsabilidad del representante (diputado) frente al representado (ciudadano) en su actuación, al menos  el respeto a un programa político que éste ha propuesto a aquel… oferta que lo llevó al cargo público que ahora ostenta. ¿Será posible alguna vez ver eso en Michoacán?



@agcussi

viernes, 11 de enero de 2013

¿DE VERDAD QUEREMOS PAZ?


¿DE VERDAD QUEREMOS PAZ?


Sin duda que la situación de violencia imperante en Michoacán y en México deben movernos a una seria reflexión respecto al destino al que  nos estamos dirigiendo. Personalmente, después de un episodio de enojo y tristeza, he pasado a un estado de hartazgo, de desilusión y de intensa reflexión sobre qué hacer para cambiar esta realidad que parece que nos embulle irremediablemente día a día como sociedad. No dejo de ver los esfuerzos un tanto aislados, más o menos coordinados de algunos como Javier Sicilia o Isabel Miranda de Wallace… la verdad es que no me mueven, no me convencen, les falta algo… prenden un día para volver a lo mismo al otro… hay algo de fondo que no está funcionando. No quiero caer en los lugares comunes tan reducidos a los que nos ha llevado la <opinión pública>, de sí fue la guerra de un presidente, de si su estrategia fue la correcta, de si hubo o –hay- falta de coordinación…ni mucho menos realizar un análisis sociológico sobre el estado de nuestro país y las complicadas causas socio-económicas que generan la violencia y que en los últimos años se han mencionado hasta el cansancio.

El discurso  de muchos de estos movimientos ciudadanos plantean como bandera principal la exigencia al gobierno y al estado de garantizar y proveer la paz y la seguridad. Estoy de acuerdo, una de las funciones básicas del Estado es garantizar la seguridad y la integridad mínima de las personas que lo conforman, por lo que en su gran mayoría la articulación política para conseguir esos fines –incluido el uso de la fuerza legítima- corresponde al Estado  y es una responsabilidad esencial del mismo, y sin duda que hay que exigirlo. Sin embargo, a poco que nos detengamos nos daremos cuenta que la paz no es un producto que se nos pueda dar terminado. Es un valor que depende enteramente de la persona y de sus relaciones con los otros. El error es esperar que la paz nos venga dada por el gobierno, desde fuera. El estado debe procurar la seguridad y el orden, presupuestos de las paz, pero ello no garantiza que la alcancemos. La paz es fruto de la justicia, virtud que se sustenta en la paz de los que procuran obrar la paz, y en la solidaridad, que consiste en la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, preocuparse y ser responsable del bien de los demás. Por lo que cada uno debe esforzarse por construirla  en su vida propia y alcanzarla a todas sus realidades.

La paz no es simplemente la ausencia de la guerra o de la violencia. Más aún, la violencia surge de una manera o de otra si no existe el empeño generalizado de construir la paz positivamente como fruto de un tejido de relaciones justas y solidarias que vayan desde el nivel de las simples relaciones interpersonales hasta las más complicadas construcciones jurídicas y políticas de orden estatal y nacional.

Querer paz implica promover la responsabilidad, el mutuo respeto, el diálogo, la convivencia pacífica, el sentido de la justicia en sus diversos aspectos, como la dignidad y el respeto a las personas, la justa distribución de los beneficios, la igualdad de oportunidades, la no discriminación por motivo alguno, el reconocimiento del trabajo, las cualidades y esfuerzos personales, el interés por el bien común, etc.

Por ello la promoción y construcción de la paz debe configurarse como una preocupación ética y ciudadana de primer nivel sí, pero no solo quedarse ahí como la gran mayoría de los movimientos vigentes…tienen que ir más allá, a motivar el cambio y el compromiso personal por ser distintos. Ahí está el verdadero quid del asunto. El cambio implica un convencimiento interno más profundo que el mero sentimentalismo, la impresión sensacionalista o el rastrero interés político del momento, implica el querer cambiar de manera personal…punto a partir del cual no estoy tan seguro que todos queramos seguir adelante por más decepción, enojo o frustración que frente a la situación  actual de nuestro país y estado tengamos.

La paz se realiza a base de cosas pequeñas, en la vida ordinaria y en el pequeño entorno de cada uno. Podemos y debemos construirla en la medida de nuestras fuerzas y de nuestras responsabilidades en la familia, en el trabajo, en la profesión, en la ciudad, en lo cultural, en lo económico, en las relaciones interpersonales y en  la política. ¿Qué estamos haciendo nosotros? … ¿De verdad queremos  paz?