¿DE VERDAD QUEREMOS PAZ?
Sin duda que
la situación de violencia imperante en Michoacán y en México deben movernos a
una seria reflexión respecto al destino al que
nos estamos dirigiendo. Personalmente, después de un episodio de enojo y
tristeza, he pasado a un estado de hartazgo, de desilusión y de intensa
reflexión sobre qué hacer para cambiar esta realidad que parece que nos embulle
irremediablemente día a día como sociedad. No dejo de ver los esfuerzos un
tanto aislados, más o menos coordinados de algunos como Javier Sicilia o Isabel
Miranda de Wallace… la verdad es que no me mueven, no me convencen, les falta
algo… prenden un día para volver a lo mismo al otro… hay algo de fondo que no
está funcionando. No quiero caer en los lugares comunes tan reducidos a los que
nos ha llevado la <opinión pública>, de sí fue la guerra de un
presidente, de si su estrategia fue la correcta, de si hubo o –hay- falta de
coordinación…ni mucho menos realizar un análisis sociológico sobre el estado de
nuestro país y las complicadas causas socio-económicas que generan la violencia
y que en los últimos años se han mencionado hasta el cansancio.
El discurso de muchos de estos movimientos ciudadanos
plantean como bandera principal la exigencia al gobierno y al estado de
garantizar y proveer la paz y la seguridad. Estoy de acuerdo, una de las
funciones básicas del Estado es garantizar la seguridad y la integridad mínima
de las personas que lo conforman, por lo que en su gran mayoría la articulación
política para conseguir esos fines –incluido el uso de la fuerza legítima-
corresponde al Estado y es una
responsabilidad esencial del mismo, y sin duda que hay que exigirlo. Sin
embargo, a poco que nos detengamos nos daremos cuenta que la paz no es un
producto que se nos pueda dar terminado. Es un valor que depende enteramente de
la persona y de sus relaciones con los otros. El error es esperar que la paz
nos venga dada por el gobierno, desde fuera. El estado debe procurar la
seguridad y el orden, presupuestos de las paz, pero ello no garantiza que la
alcancemos. La paz es fruto de la justicia, virtud que se sustenta en la paz de
los que procuran obrar la paz, y en la solidaridad, que consiste en la
determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir,
preocuparse y ser responsable del bien de los demás. Por lo que cada uno debe
esforzarse por construirla en su vida
propia y alcanzarla a todas sus realidades.
La paz no es simplemente la
ausencia de la guerra o de la violencia. Más aún, la violencia surge de una
manera o de otra si no existe el empeño generalizado de construir la paz
positivamente como fruto de un tejido de relaciones justas y solidarias que
vayan desde el nivel de las simples relaciones interpersonales hasta las más
complicadas construcciones jurídicas y políticas de orden estatal y nacional.
Querer paz implica promover la
responsabilidad, el mutuo respeto, el diálogo, la convivencia pacífica, el
sentido de la justicia en sus diversos aspectos, como la dignidad y el respeto
a las personas, la justa distribución de los beneficios, la igualdad de
oportunidades, la no discriminación por motivo alguno, el reconocimiento del
trabajo, las cualidades y esfuerzos personales, el interés por el bien común,
etc.
Por ello la promoción y construcción
de la paz debe configurarse como una preocupación ética y ciudadana de primer
nivel sí, pero no solo quedarse ahí como la gran mayoría de los movimientos
vigentes…tienen que ir más allá, a motivar el cambio y el compromiso personal
por ser distintos. Ahí está el verdadero quid del asunto. El cambio implica un
convencimiento interno más profundo que el mero sentimentalismo, la impresión
sensacionalista o el rastrero interés político del momento, implica el querer
cambiar de manera personal…punto a partir del cual no estoy tan seguro que
todos queramos seguir adelante por más decepción, enojo o frustración que
frente a la situación actual de nuestro
país y estado tengamos.
La paz se realiza a base de cosas
pequeñas, en la vida ordinaria y en el pequeño entorno de cada uno. Podemos y
debemos construirla en la medida de nuestras fuerzas y de nuestras
responsabilidades en la familia, en el trabajo, en la profesión, en la ciudad,
en lo cultural, en lo económico, en las relaciones interpersonales y en la política. ¿Qué estamos haciendo nosotros?
… ¿De verdad queremos paz?
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