“EL GRAN AUSENTE”
A raíz del conflicto suscitado la
semana pasada por la decisión de tres diputados perredistas que anunciaron su
renuncia al grupo parlamentario del PRD en el Congreso de Michoacán por
desavenencias en la manera en que internamente ese partido político decidió el
nombramiento de su nueva coordinadora parlamentaria, así como al diputado que
habría de tomar la Presidencia de la Mesa Directiva del Congreso, y que incluso
motivó la visita del presidente nacional de ese partido, el debate no se ha
hecho esperar.
Lamentablemente, se ha centrado
solo sobre detalles técnicos que pretenden dilucidar si los diputados
disidentes tienen derecho de formar un nuevo grupo parlamentario o no, si
perderán sus posiciones en las comisiones de que forman parte, o si el PRD
perderá los espacios físicos (oficinas), los elementos materiales y humanos
(asesores, personal, etc.) o las tan peleadas partidas económicas que la
organización y legislación interna del Congreso prevén para el funcionamiento
de los grupos parlamentarios y de las diversas comisiones de trabajo.
Es claro que una de las consecuencias más nocivas de
este fenómeno conocido técnicamente como
transfuguismo, es el desequilibrio y
modificación de la composición política de las Asambleas parlamentarias. La
conducta de los tránsfugas rompe sin
lugar a dudas con la conformación y composición que jurídicamente, y mediante
un proceso democrático –como lo es la elección-, habían configurado los
ciudadanos en su legítima actuación como cuerpo electoral. Lo que pugna de
manera directa con la naturaleza misma de la
Representación política como
elemento de conformación del sistema institucional-democrático. En el caso de
nuestro Congreso Local, la renuncia de los tres diputados disidentes del PRD,
sería un golpe muy duro para ese partido, que lo haría caer como segunda fuerza
representada (11 diputados), ubicándola en una tercera posición, incluso debajo
del PAN, que cuenta actualmente con 9
diputados.
El acto de los diputados que abandonan un partido
político, independientemente de las razones que lo hayan motivado, viene a
romper de raíz la relación representativa, pues es inconcebible pensar que el
cambio ideológico del tránsfuga no
rompa también ese vínculo que se presume –al menos- de que la voluntad del
representado es la misma que la del representante. Es lógico que la voluntad de
los representados dejará de ser la misma que la del representante, pues el
simple hecho del cambio de adscripción política es contrario a la voluntad -que
en los sistemas democráticos se forma por regla mayoritaria- fijada en su momento por los representados a
través de una elección.
Más allá de las explicaciones
teóricas y legales que pudiéramos dar sobre este fenómeno -y vaya que hay muchísimas-, creo –con tristeza-, pues
ninguno de los involucrados ha reparado en ello, que nuevamente el gran ausente
es el ciudadano, ¡sí!… aquel a quien los diputados dicen representar y quien,
en principio, debiera ser la base y justificación misma de la institución
parlamentaria. Nadie habla, ni hablará de él. Los diputados –independientemente
de la solución de esta crisis interna- seguirán en sus puestos conservando su
derecho a influir y participar en las funciones de gobierno del Congreso, sí…
quizás con reajustes numéricos y políticos…y sí, sin el menor rubor por el daño
y desprestigio que causan a la institución parlamentaria y a la figura de la
representación que es lo que paradójicamente, lo mantiene ahí.
No es posible
permanecer expectantes frente a este fenómeno, tratando de minimizar y tolerar
sus nocivos efectos. Se requiere construir un
sistema que privilegie y formalice cierto compromiso y responsabilidad del
representante (diputado) frente al representado (ciudadano) en su actuación, al
menos el respeto a un programa político
que éste ha propuesto a aquel… oferta que lo llevó al cargo público que ahora
ostenta. ¿Será posible alguna vez ver eso en Michoacán?
@agcussi
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