“Reivindicar en la
práctica los derechos humanos: compromiso ineludible”
Inmersos
de lleno en un ambiente caracterizado por la ausencia de referentes y una
profunda crisis de ideas, de convicciones y de acciones que condicionan y
determinan los sistemas políticos, económicos y sociales, y que ponen muchas
veces en entredicho la dignidad de la persona, los derechos humanos se
constituyen en elementos esenciales para cooperar en la construcción de un
auténtico sistema político, en el que el objetivo sea lograr el equilibrio
esencial en una sociedad plural, más no pluralista.
Bajo la óptica de la
realidad cultural vigente, si los comportamientos sociales vienen determinados
por los hechos, y las leyes son el resultado de cierta mentalidad dominante
expresada en el consenso y en el acuerdo de las diversas posturas, los derechos
humanos se reducen a una mera opción humana más, que sería tan legítima y tan
válida legal y moralmente como su
contraria. Es la paradoja del relativismo que se funda en un absoluto con el
que se explica la igualdad de todas las posturas y de todas las concepciones en
torno a la interpretación del hombre y de la sociedad. Por tanto, si no hay un
deber ser objetivo, no puede condenarse en defensa de los derechos humanos
ninguna conducta, ley, sociedad, estructura… ningún régimen jurídico ni
gobierno alguno.
Ante ello es fácil
percatarse del peligro del vaciamiento de contenido de los derechos en una
sociedad pluralista en la que se desconocen referentes válidos y objetivos y en
la que todo queda reducido a fuerzas sociales o a las conciencias de los
individuos.
En consecuencia, si
se vacía de contenido ideológico al hombre, no será raro después caer en
posiciones que basadas en una supuesta “legitimidad democrática”, generen y
justifiquen auténticos antiderechos (“despenalización de drogas democrática”,
“aborto democrático”, “eutanasia democrática”, etcétera, etcétera).
De ahí la importancia
de entender la justificación y fundamentación propia de los Derechos Humanos
como principios que garantizan y concretan las exigencias de la dignidad,
libertad e igualdad humana.
En una época de
turbulencia moral, política y social como la actual, los derechos humanos y la
libertad deben reivindicarse no solo teóricamente sino también de manera
práctica. Esto implica un serio compromiso por parte de los estados y de sus ciudadanos
para recuperar, replantear –en clave posmoderna, con creatividad- y llevar a la
práctica de manera congruente, los principios básicos de los derechos humanos.
Solamente así,
mediante acciones y hechos concretos, vividos día a día, política pública a
política pública, ley a ley, se podrá reconquistar la confianza en favor del
bien común, camino único para el respeto de la libertad que es servicio a la
paz que reclama nuestra realidad.
Esta crisis de la
verdad y de la realidad es ante todo una crisis propia de los derechos humanos.
La vigencia de estos guarda una íntima relación con la paz y la democracia, al
ser un medio idóneo para encauzar una auténtica libertad. Sin derechos humanos
no hay democracia y sin democracia no hay paz. Aquí otra gran paradoja de
nuestra época: vivimos en el tiempo de los derechos pero cada vez con menos
justicia y paz.
En el fondo lo que se
propone, es que, frente a la actual crisis democrática que privilegia el
pragmatismo frente a todo argumento ético, regresemos a las bases y a los
principios que son los que en definitiva justifican la existencia y vigencia de
los derechos humanos.
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