jueves, 11 de julio de 2013

“NO TENER MIEDO A LA VIDA”




“NO TENER MIEDO A LA VIDA"

Ante la presentación de la iniciativa de reforma constitucional que protege la vida desde el momento mismo de la concepción por parte del diputado local  Antonio Sosa que reencendió el debate sobre el tema, comparto con ustedes este artículo que publiqué en octubre de 2011 en este mismo medio.

Es indudable que el tema del aborto es un asunto  polémico que levanta ámpula y desborda pasiones, separando posiciones entre una y otra posturas en torno al inicio de la vida.

Creo firmemente que el debate y el contraste de programas ideológicos son presupuestos básicos de un sistema democrático, sin embargo hay temas <importantes> que por su trascendencia y calado ético se encuentran en el campo del derecho natural y por ende más allá de su posible definición  por medio de un principio  mayoritario, es decir que requieren de un tratamiento distinto por involucrar definiciones esenciales y objetivas del ser humano y que por tanto no pueden ser sometidos al vaivén de la voluntad  de los grupos en un momento determinado.

Es claro que el debate se da en un momento social y moral de nuestro país que no es el óptimo para abordar con objetividad, tranquilidad y honestidad –dentro de lo posible- un asunto de tal envergadura. Situación que de entrada ha provocado una mayor polarización y relativizado las posiciones de ambos bandos.

Considero que el debate posmoderno sobre este difícil tema requiere de una renovada fidelidad creativa a principios comunes. En el caso del aborto me parece que ese principio común, por paradójico que parezca, es la protección de la vida misma, en un caso defendiendo al no nacido y en el otro a las madres que pudieran ubicarse en una situación extrema de poner en riesgo su vida por un aborto provocado en condiciones insalubres. Nadie –según entiendo- defiende el aborto por el aborto mismo, incluso quienes están a favor de su legalización lo plantean como una mal necesario en aras de subsanar un abuso o reivindicar derechos a favor de la mujer. Partiendo de ahí, no debemos perder el objetivo.

No se trata solo de un simple problema de salud pública, del que incluso no se tiene una estadística confiable y respecto del cual se cierne la amenaza permanente de la <cifra negra> que tiende a subjetivar posiciones, tampoco de encarcelar ni castigar a nadie, ni a la madres que abortan, ni al ser humano en potencia que llevan en su seno. Mucho menos se trata, como se ha pretendido centrar la discusión, de una posición moralista y/o dogmática de las iglesias (incluida la Iglesia Católica)  ni de un irremediable colisión entre dos derechos que pudieran parecer irreconciliables como son el derecho a la vida y el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Se trata de derechos autónomos que no se excluyen mutuamente sino que coexisten en un delicado equilibrio y que permiten afirmar que es viable hablar de congruencia entre la verdad del hombre y la moderna teoría de los derechos humanos.


El punto es mucho más profundo pues se pretende definir el inicio de la vida de un ser humano, con todo lo que ello implica. Debemos evitar la tentación de generalizar las excepciones, así como del desinterés por profundizar en el aspecto ético y decisivo que definiciones de este tipo acarrean. Como se ve, es mucho lo que hay detrás… Y si al parecer no existe certeza científica –o al menos las partes no reconocen los argumentos del otro-  respecto a la fecha exacta del inicio de la vida, lo <razonable> sería optar por lo más seguro o prudente. ¿Por qué si en el caso del derecho ambiental priva el principio de precaución o cautela el cual exige la adopción de medidas de protección antes que se produzca realmente un daño, operando ante la amenaza a la salud o al medio ambiente y la falta de certeza científica sobre sus causas y efectos,  habría de ser distinto en el caso del ser humano? ¡No tengamos miedo a la vida!

No se vale despreciar el diálogo y debatir entre sordos… Es necesario que ambas partes hagamos un esfuerzo mayor por escucharnos, por ir al fondo, de llegar a desentrañar lo que el otro quiere expresar a través de sus argumentos, estar al lado del otro, tratar de comprenderlo, respetarnos, en definitiva… lograr enfrentarnos con nosotros mismos. Creo que el debate debe desdramatizarse y despersonalizarse, no debe confundirse a la persona con su obra, ni condenarse a priori al que piensa distinto, tenemos responsabilidad de profundizar y formar nuestra conciencia a fin de concretar un juicio recto y honrado al respecto. El hecho de defender una posición no debe tener por finalidad el simple ego que se deriva de tener la razón ni solucionar un problema personal…en el fondo implica la búsqueda de la verdad sobre un tema trascendental. Y eso se ha perdido de vista en el debate actual en el que solo aparecen sentimientos amargos, nocivos y divisionistas de unos contra otros.

Es muy fácil destacar los puntos que nos hacen diferentes, el verdadero reto se ubica en saber encontrar las semejanzas y a partir de ahí, con base en un auténtico interés por el aspecto ético que envuelve la realidad de la vida humana, construir un debate del tema con altura de miras y buena voluntad mediante el cual pueda arribarse a la verdad, que es contundente por sí misma. Sin olvidar jamás que “la verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad”.

Es imprescindible no olvidar que el respeto por la vida implica dar vida a todos, tanto a los que están en peligro material de perderla, como a los que están en peligro espiritual de robarla. Por tanto creo que el debate debe partir de ese punto…de no tener miedo a la vida.
 
 

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