Estoy
convencido –como lo manifestado en este mismo medio- que lo mejor para
Michoacán está por venir. No sé si ya habremos pasado lo peor o incluso si ya
habremos tocado fondo…
Lo que sé, es que nos encontramos
sin duda en un momento en que existen tantas imágenes de Michoacán y de México
como partidos, políticos, grupos, sindicatos, intereses o similares y conexos
existan. Un momento en el que de manera aguda se distinguen diferencias
esenciales entre la cosmovisión de la clase política y la del resto de los
mortales. Instante en el que reconocemos que algo está quebrado, ausente…roto.
En el que los puentes de comunicación y el diálogo con el otro se tornan
borrosos, cuando no irreconciliables. Disociación entre clase política y
sociedad, entre desinterés y voluntaria ceguera… entre las instituciones y
nuestras expectativas y proyectos personales.
¿Drama o tragedia?…pérdida o
ausencia de vínculos en el tiempo y en el tejido social y político que
constituye la base de cualquier pueblo…maestros, normalistas, deuda,
inseguridad, corrupción…atraso. Sistema autorreferencial que se convierte en un
escenario que por momentos cobra mayor importancia que el drama que en él se
puede representar.
Al no haber continuidad ni lugares
con historia y sentido propios, se debilita el sentimiento de pertenencia a un
historia y el vínculo con un futuro posible…”un futuro que me interpele y
dinamice en el presente”.
Ante este panorama de desencanto
más o menos generalizado, la historia se nos presenta como el escenario donde
transcurre el drama humano. Drama sin libreto y sin garantía de éxito en el que
difícilmente puede apostarse a esperar y creer…
Es un momento crucial… de
definiciones que nos implican personalmente y como comunidad. En la que se nos
presenta el reto de seguir con una actitud –a mi juicio estéril- de considerar
que hacemos “lo que se puede hacer”. Actuando en la línea de los
acontecimientos, tendencias y sucesos… de lo coyuntural.
Reaccionando…sobreviviendo. Posición comodina y de justificación desde la que
se critica, pero no se analiza críticamente… o pasar a una que implique
discernir…partiendo de una lectura objetiva de los acontecimientos que permita
reorientarlos y canalizarlos de manera ética a contestar preguntas del tipo:
¿qué es lo bueno?, ¿qué deseamos? o a
¿dónde queremos ir?
No debemos dejar pasar la
oportunidad de generar nuevos paradigmas…de superar nuestro anclaje al
pasado…de vencer el pragmatismo que confiado absolutamente en la política del
consenso, atiende lo coyuntural dejando de lado las soluciones integrales que
Michoacán reclama…de mostrar una nueva actitud ante el desafío. Si no
recuperamos hoy la noción de verdad, de un proyecto compartido…dialogado,
respetado, caracterizado por una búsqueda sensata de los mejores medios para
alcanzar los fines más deseables (para todos y cada uno), queda sólo la ley del
más fuerte…la ley de la selva.
Es momento de reconocer nuestro
vínculo social…el aceptar que los michoacanos compartimos destino…que somos hoy
una generación de transición que necesita de las anteriores y que se debe a las
que nos seguirán. Entendernos como continuadores de las tareas de otros que ya
dieron lo suyo…como constructores de una casa para lo que vengan después, y eso
nos compromete a preguntarnos qué tipo de sociedad queremos ser, a reasumir con
creatividad el protagonismo al que nunca debimos renunciar y a recuperar
completamente la esperanza en Michoacán…esperanza que nada tiene que ver con
facilismo ni pusilanimidad, sino con dar lo mejor de nosotros mismos en la tarea
de reconstruir lo común, lo que nos hace un pueblo. Evidentemente el cambio es
cultural, sin embargo una cultura sin arraigo y sin unidad no se sostendrá.
¿Drama o tragedia?...En la
tragedia el destino siempre arrastra al desastre sin contemplaciones, y todo
intento por enfrentarlo no hace más que empeorar el final imperdonable. En
cambio en el drama, el bien y el mal, el triunfo y la derrota son siempre
alternativas posibles…El drama del Michoacán de hoy nos sitúa en una
encrucijada, quizá angustiante, ¡sí!, en
la que podemos –y debemos- reconocer la invitación y el reto que esta crisis nos
lanza para el cambio y la acción.
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