lunes, 29 de diciembre de 2014

¿DE VERDAD QUEREMOS PAZ?


¿DE VERDAD QUEREMOS PAZ?

En este tiempo en el que muchos hablamos de paz valdría la pena que meditemos sobre los acontecimientos de los últimos meses  y sobre el destino al que estamos dirigiendo a México y Michoacán. Personalmente, después de un episodio de enojo y tristeza, he pasado a un estado de hartazgo, de desilusión y de intensa reflexión sobre qué hacer para cambiar esta realidad que parece que nos embulle irremediablemente día a día como sociedad. No dejo de ver los esfuerzos un tanto aislados más o menos coordinados de algunos… la verdad es que no me mueven, no me convencen, les falta algo… prenden un día para volver a lo mismo al otro… hay algo de fondo que no está funcionando.

El discurso de algunos “movimientos ciudadanos” plantean como bandera principal la exigencia al gobierno y al estado de garantizar y proveer la paz y la seguridad. Estoy de acuerdo, una de las funciones básicas del Estado es garantizar la seguridad y la integridad mínima de las personas que lo conforman, por lo que en su gran mayoría la articulación política para conseguir esos fines –incluido el uso de la fuerza legítima- corresponde al Estado  y es una responsabilidad esencial del mismo, sin embargo a poco que nos detengamos nos daremos cuenta que la paz no es un producto que se nos pueda dar terminado. 

Es un valor que depende enteramente de la persona y de sus relaciones con los otros. El error es esperar que la paz nos venga dada por el gobierno, desde fuera. El estado debe procurar la seguridad y el orden, presupuestos de las paz, pero ello no garantiza que la alcancemos. La paz es fruto de la justicia, virtud que se sustenta en la paz de los que procuran obrar la paz y en la solidaridad que consiste en la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir preocuparse y ser responsable del bien de los demás. Por lo que cada uno debe esforzarse por construirla  en su vida propia y alcanzarla a todas sus realidades.

La paz no es simplemente la ausencia de la guerra o de la violencia. Más aún, la violencia surge de una manera o de otra si no existe el empeño generalizado de construir la paz positivamente como fruto de un tejido de relaciones justas y solidarias que vayan desde el nivel de las simples relaciones interpersonales hasta las más complicadas construcciones jurídicas y políticas de orden estatal y nacional.

Querer paz implica promover la responsabilidad, el mutuo respeto, el diálogo, la convivencia pacífica, el sentido de la justicia en sus diversos aspectos, como la dignidad y el respeto a las personas, la justa distribución de los beneficios, la igualdad de oportunidades, la no discriminación por motivo alguno, el reconocimiento del trabajo, las cualidades y esfuerzos personales, el interés por el bien común, etc.

Por ello la promoción y construcción de la paz debe configurarse como una preocupación ética y ciudadana de primer nivel sí, pero no solo quedarse ahí como la gran mayoría de los movimientos vigentes…tienen que ir más allá, a motivar el cambio y el compromiso personal por ser distintos. Ahí está el verdadero quid del asunto. El cambio implica un convencimiento interno más profundo que el mero sentimentalismo, la impresión sensacionalista o el rastrero interés político del momento, implica el querer cambiar de manera personal…punto a partir del cual no estoy tan seguro que todos queramos seguir adelante por más decepción, enojo o frustración que frente a la situación  actual de nuestro país tengamos.


La paz se realiza a base de cosas pequeñas, en la vida ordinaria y en el pequeño entorno de cada uno, podemos y debemos construirla en la medida de nuestras fuerzas y de nuestras responsabilidades en la familia, en el trabajo, en la profesión, en la ciudad, en lo cultural, en lo económico, en las relaciones interpersonales y en  la política. ¿Qué estamos haciendo nosotros? … ¿De verdad queremos  paz?


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