“OBJETIVAMENTE… ¿MICHOACÁN PUEDE CAMBIAR?”
Que difícil escribir algo elocuente en la situación
actual…algo objetivo, constructivo y esperanzador que levante el ánimo sin caer en la mera ilusión de la utopía.
Tanto se ha dicho y escrito al respecto que encontrar un punto medio, más allá
de posturas ideológicas, intereses particulares o meras opiniones, parece una
labor más que imposible.
Coincido con aquellos que afirman
que para escribir sobre la situación de Michoacán hay que vivirla y estar aquí…pero
también creo que el escuchar las visiones del exterior –por exageradas que
estas sean- nos puede ayudar a evaluar nuestra situación actual y buscar soluciones
a la mismas superando nuestras propias barreras.
Es un hecho que a los michoacanos
nos invade una situación de emboscada permanente. De peligros, asechanzas y
problemas que nos orillan en el camino y pretenden postrarnos en una actitud de
pesimismo y derrota…de miedo…de inmovilidad y de desesperanza ante el hecho de
que la realidad pueda ser distinta. Una especie de destino manifiesto que
comienza a enraizar en la base social de nuestro pueblo ante el silencio e
inacción de muchos que debieran alzar la voz. Otros, los menos, víctimas ya de sus flagelos,
se ponen en movimiento tratando de disuadir al resto de la necesidad de actuar.
En el fondo una nube tóxica que distorsiona la manera en cómo nos vemos y
solucionamos nuestros problemas condicionando en definitiva nuestra realidad.
Es momento de afrontar
valientemente esa realidad, entenderla…sentirla y reaccionar en consecuencia.
No huyendo de ella…aceptándola responsablemente para comprometerse y entregarse en la misión que implica cambiarla.
Sabiendo que quien actúa depone la propia actividad ante los derechos de los
demás. Empleando todas las energías y capacidades en favor de los demás…con la
generosidad de entregarse sin ver incluso los resultados.
Es necesario ponerse frente a
frente con la desilusión, con nuestra indiferencia…con nuestras omisiones…con
percepciones externas, quizás lejanas, pero ajenas. Reconociendo en el fondo,
que entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta cabe siempre el
diálogo…ese diálogo constructivo que consiste en hablar con altura buscando con
sinceridad escucharnos y entendernos…ese diálogo que reconoce que todos tenemos
algo bueno que aportar y todos podemos recibir algo bueno en cambio. Escuchando
de verdad lo que dice Michoacán, no solo sus políticos y sus gobernantes, que
siempre representarán solo una de sus aristas -cargados hacia lo suyo las más
de las veces- sino su gente, pero además escuchando y valorando en su justa
dimensión, lo que se dice de Michoacán fuera de nuestro estado.
Por supuesto que motivos para el
desánimo hay, pero ante ellos se alza con fuerza esa esperanza que surge de entre
la frescura de la utopía y la experiencia cruda de una realidad muy dura. Una
esperanza que cambia paradigmas…que vence nuestra autoreferencialidad, al
permitirnos superar la autocomplacencia de la propia visión interna frente a la
evaluación y percepción externas… que nos permite vernos desde afuera
objetivando nuestra propia imagen…que nos permita captar la inmensa riqueza de
la realidad evaluándola con ojos de un sano realismo.
Hacen falta confianza y mucha
“humildad social” para reconstruir la cultura del encuentro que nos permita a
los michoacanos superar la adversidad y mantener viva la esperanza -con
constancia y coraje- de que las cosas pueden ser distintas, pero que ello nos
implica personalmente.
Se requiere entender de una vez y
para siempre que la urgencia de la situación de hoy en Michoacán no admite más
el que nos sigamos peleando o responsabilizando entre nosotros, generalizando
la indiferencia y fomentando más la apatía. Los verdaderos adversarios y
enemigos de Michoacán los conocemos, y son otros. Lo que nos corresponde es
asumir y cambiar lo que cada uno tiene a mano y bajo su propia responsabilidad.
¡Michoacán no cambiará si primero
nosotros no cambiamos!
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