“CAMBIAR DESDE DENTRO”
Atestiguamos
hoy en México una ola reformadora. Llámese política, energética, educativa,
fiscal, procesal, electoral… Hay prisa por el cambio…sed de que las cosas y las
realidades sean distintas. Urgencia por modificar, mutar, renovar…lo que sea y para lo que sea.
Pareciera que el fondo no importa, el objetivo es cambiar de estado o situación.
Muchos columnistas nacionales
coinciden en que esa vorágine por el cambio ha generado una cierta ilusión
colectiva de que al consolidar las “reformas estructurales”, nuestro país
despegará de manera importante. Muy en el fondo se vislumbra un reflejo del
deseo por que la realidad mejore…señal inequívoca de la esperanza de un futuro
mejor.
Reformar leyes, instituciones,
sistemas, reglas, escenarios. Nadie habla de reformar a las personas, a los
políticos. La verdadera responsabilidad de los ciudadanos de hoy es hacerse
dignos de esos cambios. De qué sirve tener nuevas leyes e instituciones si los
que las cumplimos o las conformamos no estamos dispuestos a cambiar.
Las leyes son solo el piso
mínimo. Por si mismas no transforman la realidad, aunque la impactan
progresivamente. Eso creen equivocadamente quienes profesan fe ciega en el
cambio por decreto. Más aún en el caso de México, donde abundan las leyes pero
su cumplimiento es cosa extraña. Es indispensable que esas leyes –que de
ordinario debieran responder a las necesidades impuestas por la cambiante y
compleja realidad- se hagan vida, se apliquen y se cumplan. Y eso necesariamente
lleva a un cambio cultural. A un cambio desde dentro hacia fuera. No al revés.
El esperarlo todo como dado o generado desde fuera corta la responsabilidad
personal e institucional en el proceso de cambio.
Que los responsables de
cumplirlas y llevarlas a su plena
vigencia tengamos una auténtica disposición a respetarlas y a asumir sus
consecuencias en lugar de insistir permanentemente en la búsqueda de recovecos
para brincarlas. Que tanto ciudadanos como autoridades entendamos el carácter
ejemplar que tienen nuestros actos y su importancia en la consolidación de
autoridad.
Cambiar sí, ¡por supuesto! El progreso
lo implica. Sin embargo es preciso saber con precisión ¿para qué?, ¿qué
queremos? o ¿por qué queremos? ese cambio. El cambio es de dentro a fuera, de
las personas a las instituciones, de la unidad a la colectividad…de la familia
a la comunidad y de ahí a las organizaciones intermedias y a los
estados…Esperar lo contrario es equivocarse rotundamente. El auténtico cambio,
el cultural, no puede ser impuesto…nace de la convicción y de la voluntad por
hacer las cosas de manera distinta.
Es fundamental serenarnos,
reflexionar…dotar de contenido y rumbo fijo a las instituciones, evitando caer
en un activismo desbocado provocado por lo urgente y lo aparente… que solo
distrae y aleja de las verdaderas metas.
Me sumo a la corriente
reformadora sin duda, pero con rumbo, con visión. Ese cambio que implica y
responsabiliza pues se entiende de la persona hacia afuera y por eso es
proactivo y profundo…es un cambiar desde dentro.
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