“NO HAY CAUSA PERDIDA”
En un extraordinario libro que lleva
ese título, Álvaro Uribe, expresidente de Colombia plasma sus memorias y
experiencia en el manejo de situación límite que aquejaba ese país sudamericano
hace unos cuantos años. Recomiendo mucho su lectura. A través de sus páginas
puede reconocerse la realidad misma de Michoacán. Permite entender muchos de
sus problemas y de las soluciones ensayadas en otras latitudes. Muchos han comparado
a Michoacán con Colombia… y sí, hay muchas coincidencias…afortunadamente no
hemos caído a los niveles que allá se presentaron. El problema de la aceptación
o acostumbramiento a una cultura de la violencia como normalidad, el fenómeno
de connivencia del crimen organizado, la ubicación estratégica y de difícil
acceso de parte de su territorio, la ideologización y manipulación política…las
ofensivas diferencias sociales y de oportunidad…la ausencia de estado….cultura
de ilegalidad…la indolencia de sus gobernantes…etc.
A veces da la impresión de que
vamos a contraflujo. Es cierto que la situación actual requiere un esfuerzo
contracultural en muchos sentidos, sin embargo, si queremos que la
reconstrucción de Michoacán tenga base sólidas tenemos que empezar desde los
mismos cimientos. Surge la necesidad de imponer el orden, requisito esencial
para el progreso de un pueblo, pero al mismo tiempo chocamos con prácticas
culturales fuertemente arraigadas que dificultan su consolidación y que impiden
despegar. Prácticas que al nacer pretendieron solucionar problemas sociales de su
tiempo y que ahora se han convertido en una forma de vida que en muchas ocasiones
denigra a las personas, dificulta la convivencia y estrecha horizontes vitales.
Así, el caso michoacano presenta una serie de factores, circunstancias y
particularidades históricas y sociales como el tema magisterial y sindical que
lo hacen único.
Sin duda el cambio es cultural, debe
venir de las personas hacia las instituciones. Insisto que las instituciones
políticas son el fiel reflejo de una sociedad. No podemos aspirar a
instituciones buenas y justas si los ciudadanos no lo somos. Pero al mismo
tiempo implica el impulso de una auténtica reforma de fondo que permita adaptar
el sistema político a la realidad e idiosincrasia del pueblo michoacano. El
reto es generar orden sin romper la identidad propia, rescatando lo que nos es
propio, pero cambiando muchos de los paradigmas que nos han impedido crecer
como pueblo.
Cómo urgen a Michoacán buenos
gobernantes que, con un poco de visión, inteligencia, sensibilidad, voluntad –pero sobre todo recta intención- ,
se animen a generar ese cambio cultural y del sistema, que nos permitan a los
ciudadanos volver a creer que nuestro estado no es ni por mucho, una causa perdida.