¿DE VERDAD QUEREMOS PAZ?
En este tiempo en el que muchos hablamos de paz valdría la pena que
meditemos sobre los acontecimientos de los últimos meses y sobre el destino al que estamos dirigiendo
a México y Michoacán. Personalmente, después de un
episodio de enojo y tristeza, he pasado a un estado de hartazgo, de desilusión
y de intensa reflexión sobre qué hacer para cambiar esta realidad que parece
que nos embulle irremediablemente día a día como sociedad. No dejo de ver los
esfuerzos un tanto aislados más o menos coordinados de algunos… la verdad es
que no me mueven, no me convencen, les falta algo… prenden un día para volver a
lo mismo al otro… hay algo de fondo que no está funcionando.
El discurso de
algunos “movimientos ciudadanos” plantean como bandera principal la exigencia
al gobierno y al estado de garantizar y proveer la paz y la seguridad. Estoy de
acuerdo, una de las funciones básicas del Estado es garantizar la seguridad y
la integridad mínima de las personas que lo conforman, por lo que en su gran
mayoría la articulación política para conseguir esos fines –incluido el uso de
la fuerza legítima- corresponde al Estado
y es una responsabilidad esencial del mismo, sin embargo a poco que nos
detengamos nos daremos cuenta que la paz no es un producto que se nos pueda dar
terminado.
Es un valor que depende enteramente de la persona y de sus
relaciones con los otros. El error es esperar que la paz nos venga dada por el
gobierno, desde fuera. El estado debe procurar la seguridad y el orden,
presupuestos de las paz, pero ello no garantiza que la alcancemos. La paz es
fruto de la justicia, virtud que se sustenta en la paz de los que procuran
obrar la paz y en la solidaridad que consiste en la determinación firme y
perseverante de empeñarse por el bien común, es decir preocuparse y ser
responsable del bien de los demás. Por lo que cada uno debe esforzarse por
construirla en su vida propia y
alcanzarla a todas sus realidades.
La paz no es
simplemente la ausencia de la guerra o de la violencia. Más aún, la violencia
surge de una manera o de otra si no existe el empeño generalizado de construir
la paz positivamente como fruto de un tejido de relaciones justas y solidarias
que vayan desde el nivel de las simples relaciones interpersonales hasta las
más complicadas construcciones jurídicas y políticas de orden estatal y
nacional.
Querer paz
implica promover la responsabilidad, el mutuo respeto, el diálogo, la
convivencia pacífica, el sentido de la justicia en sus diversos aspectos, como
la dignidad y el respeto a las personas, la justa distribución de los
beneficios, la igualdad de oportunidades, la no discriminación por motivo
alguno, el reconocimiento del trabajo, las cualidades y esfuerzos personales,
el interés por el bien común, etc.
Por ello la
promoción y construcción de la paz debe configurarse como una preocupación
ética y ciudadana de primer nivel sí, pero no solo quedarse ahí como la gran
mayoría de los movimientos vigentes…tienen que ir más allá, a motivar el cambio
y el compromiso personal por ser distintos. Ahí está el verdadero quid del
asunto. El cambio implica un convencimiento interno más profundo que el mero
sentimentalismo, la impresión sensacionalista o el rastrero interés político
del momento, implica el querer cambiar de manera personal…punto a partir del
cual no estoy tan seguro que todos queramos seguir adelante por más decepción,
enojo o frustración que frente a la situación
actual de nuestro país tengamos.
La paz se
realiza a base de cosas pequeñas, en la vida ordinaria y en el pequeño entorno
de cada uno, podemos y debemos construirla en la medida de nuestras fuerzas y
de nuestras responsabilidades en la familia, en el trabajo, en la profesión, en
la ciudad, en lo cultural, en lo económico, en las relaciones interpersonales y
en la política. ¿Qué estamos haciendo
nosotros? … ¿De verdad queremos paz?